El drama del autor dramático

El drama del autor dramático contemporáneo es que no puede aprehender la experiencia. Sus soportes son cada vez más limitados. Ha quedado varado en la orilla de la literatura, en un limbo, intentando la palabra dramática y pereciendo en la retórica.

El autor dramático va y viene entre lo prosaico y lo poético, no termina de acomodarse. Sabe que la cosa no está allí, no sucede allí, que el lugar del fenómeno está tan lejos de él como del pintor o del músico, incluso más lejos que del músico.

Pero admitirlo sería borrarse.

Una derrota.

Sigue capoteando las palabras sobre la mesa.

Y las palabras no bastan.

Y los conceptos no bastan.

Y las estructuras inteligentes, ingeniosas, rabiosas, radicales o conservadoras no bastan.

Nada es suficiente. Algo falta en su escritorio donde imagina escenarios.

El autor dramático reflexiona sobre el tiempo y el espacio, indaga en el inconsciente, liba de nuevas o viejas tesis, se exilia en las fronteras del oficio: asume residencias en la lingüística, la semiótica, el psicoanálisis, la física, la política, pero casi siempre olvida el cuerpo.

En su desesperación cambia ortografías e inventa gramáticas, anuncia muertes y resurrecciones del personaje, del drama, de la acción, del teatro.

Y nada muere y nada resucita.

Está muy solo.

Asiste a foros, conferencias, se reúne con otros autores dramáticos, expresa sus deseos, se entusiasma y vuelve a casa lleno de lecturas, de referencias de otros autores dramáticos. Pero la cosa tampoco está allí.

Se enreda, se complica, se aísla, olvida al otro.