Neófitos o fanáticos, entusiastas o distraídos, la parte del teatro de la que ustedes son la otra cara, la que propician con sus presencias, es solo la punta del iceberg del teatro. Para llegar allí, frente a ustedes o junto a ustedes o entre ustedes (hay tantas formas porque el teatro no es uno solo), realizamos un largo camino. Uno de aprendizaje, práctica, investigación y experimentación, creación, y mil malabares más. Lo que usted ve, en esa síntesis de tiempo, espacio e intensidad, es la suma de nuestros años y nuestra práctica, que casi nunca es solitaria sino, más bien, colectiva.
Usted siempre asiste, se lo digo muy en serio, a nuestra cotidiana reinvención. Ese término, al igual que resiliencia, resistencia, innovación y otros tantos, hacen parte de nuestro credo y los inventamos hace, por lo menos, unos cuantos milenios.
Así que la punta del iceberg que usted presencia y completa, es una maquinaria con lo más reciente y antiguo, vaya paradoja, de las invenciones humanas. Siéntase privilegiado.
Pero lo más maravilloso es que, precisamente, usted crea que la cosa sucede allí, de manera espontánea, mágica. Ese es el secreto: que parezca que no hay nada detrás, ni antes, ni después, que se trata de un presente absoluto. Que nos lo inventamos todo allí. Y eso intentamos.
Pero, por si no lo ha notado, voy a revelárselo: ¡No es así!
Porque, además de todo lo que ya le he dicho, somos, como si fuera poco, herederos de memorias y tradiciones (tradiciones que intentamos traicionar, que es otra de nuestras tradiciones).
Por consiguiente, usted está participando de un acontecimiento que para existir requiere cimentarse en el pasado y aspirar al futuro, que se genera entre la memoria y el deseo, y que moviliza, usted ni se imagina, un cúmulo impresionante de recursos, pero que parece tan simple, fluido e inconsciente como la respiración misma.
Una de las cosas más complejas es que algunos de esos recursos (para no hablar de los creativos, estéticos, intelectuales o técnicos) requieren de la participación o interacción con sectores que no tienen ni la más remota idea de lo que hacemos, ni le dan algún valor. Es como intentar gestionar fuentes de financiación con extraterrestres, que además son hostiles y no hablan nuestra lengua. Como si fuera poco, estos personajes nos tratan con desprecio a pesar de que se lucran por nosotros y de nosotros, y proponen migajas y caridades donde están obligados a gestionar recursos y posibilidades. ¡Vaya dilema!
Sí, es difícil ver, o al menos suponer, la parte sumergida del iceberg, su densidad, su enorme masa. Y así lo queremos. Que cuando usted se sienta o está de pie (hay tantas formas porque el teatro no es uno sino multitud), participando de una propuesta teatral, no piense en ello, apenas lo perciba, y se involucre en el juego o el ritual, realice el viaje y se emocione, o piense, y se divierta, como los niños, sin pensar cuánto costó el juguete o quien lo fabricó. Porque el teatro es generoso. Y el artista teatral está siempre dispuesto a compartir su capital humano y artístico allí donde el banquero busca duplicar su capital financiero. Pero esos recursos nuestros tienen un enorme costo, se lo digo en serio. Y no solo en atributos y talento, que los tenemos en abundancia, sino también en producción, personal, equipos, infraestructura.
Desde el más modesto grupo o pequeña sala de provincia hasta las más estables instituciones o compañías de Latinoamérica, estamos sufriendo hace tiempo la indiferencia y el olvido del estado, la mediocridad de las políticas culturales, la falta de interés o la intermitencia del público, el desprecio de la empresa privada. Hemos estado siempre al borde. Pero ahora, con la pandemia (la de hace décadas) y a la luz de las determinaciones del gobierno en materia cultural, estamos a punto de un verdadero colapso, un exterminio para muchos.
Perdóneme por revelarle esto, neófito, aficionado, por decirle quién coloca debajo de la almohada el dinero del Ratón Pérez, quién trae los regalos en navidad, pero es que ahora es necesario gritar y, sobre todo, que usted sepa qué es lo que nos obliga a gritar.